jueves, 9 de agosto de 2007

Una carrera contra la vida





Salí a correr como cada tarde. Metida en mis deportivas crucé de mala gana las calles que me separan del circuito. Cogí el ritmo tan pronto como pisé la entrada del Paseo de los Chopos. Por delante me esperaban los seis kilómetros que era capaz de hacer respirando. Era la mejor hora del día. El sol caía y se colaba entre las ramas de los árboles. Las nubes amenazaban a una parte del cielo, y un azul intenso contrastaba con la luz roja del atardecer.
“Correr sin pensar en nada”. Ésa era la frase que me repetía para lograr dejar mi mente en blanco. Una brisa cálida de primavera parecía querer acompañar mi carrera, pero mi gesto huraño la espantó. Quería sentir su roce sobre mi cara aunque olvidaba que tengo el poder de ahuyentar todo lo bueno que me rodea. Aceleré el paso para desafiar su tibio aire soplando, y tan pronto como se alejó de mí, empecé a echar de menos no haber dejado que mi rostro disfrutara del placer de su caricia.
“No pienses en nada”. Seguía repitiéndome la frase para que ningún otro pensamiento se instalara en mi cabeza. Por un momento la brisa me entretuvo, y sin mirar a nadie seguí adelante en mi paseo. Podía escuchar cómo se acercaban por mi espalda los corredores más expertos y al instante me rebasaban dejándome atrás con sus zancadas. Por su respiración era capaz de adivinar si se trataba de su primera, su segunda o su tercera vuelta. Algunos corrían el circuito tres veces antes de que yo fuera capaz de dar una sola vuelta.
Entré con varios minutos de adelanto en el “Paseo de los Plátanos”. No miré el cronómetro. Nunca lo llevo. Quizá es lo único que no cronometro en mi vida. Salgo a correr y aunque siempre es el mismo camino, es el único camino que hago sin pensar. Mi corazón iba más acelerado que de costumbre. Noté mis músculos tensos y fatigados, y mi ánimo a punto de derrumbarse y paralizar la carrera. Hubiera deseado dejarme caer allí mismo, en mitad de la tierra, y ponerme a llorar sin ninguna contemplación y sin tener que realizar ningún esfuerzo más. Me hubiera gustado llorar a gritos y que el paseo fuera solo mío, que nadie se cruzara en mi sendero, que nadie pudiera verme.
Como cada tarde, me esforcé en concentrar toda la energía en mis piernas. Una debía adelantar a la otra sin ningún otro cometido. Era la terapia que me había auto-impuesto para conseguir vaciar mi cabeza de todos los malos presagios que la taladraban sin piedad.
No quería pensar en mis hijos creciendo sin mi permiso. No quería pensar en lo dulce que era arroparlos cada noche, y lo difícil que me resulta acostumbrarme a su nueva voz, a su barba incipiente, a sus protestas diarias por la hora de volver a casa, por las peleas interminables para conseguir que estudien. No quería pensar en lo deprisa que ha pasado el tiempo, sin que me haya dado tiempo a vivir lo que estaba previsto que viviera. Lo había cronometrado todo a la perfección y ahora las marcas no cuadraban. Sin querer, sin poder, y a mi pesar, una agria sonrisa se dibujó en mi cara rompiendo mi débil concentración. Todavía sonreía, mientras respiraba ya con dificultad. Había dejado de tener mi mente en blanco y la ocupaba todo tipo de recuerdos y de frases sabias que suelo coleccionar.
Yo inventaba nuestro futuro. Lo adornaba con todo lujo de detalles. Creo que no faltaba un solo minuto, que no fuera capaz de imaginarlo a todo color. Por supuesto en mis sueños no era necesario maldecir para conseguir que Jaime se lavara los dientes, ni perseguir a Alejandro para que apagara la play-stasion y se metiera en la cama de una vez, ni tampoco eran necesarias las amenazas para conseguir un aprobado.
En realidad mi presente lo llenaba diseñando un futuro que nunca ha llegado en el tiempo y forma que lo diseñé. Ha llegado en tiempo de presente y en la forma en la que mi marido siempre dijo que llegaría. “De todo lo que imagines que pueda suceder, sucederá aquello que nunca has imaginado”. Y así ha sido.
Mi último tramo era el “Camino de la Abujeta”. Ahora que lo pienso, supongo que los dueños de este pueblo le pondrían el nombre porque al llegar aquí, empiezan a dolerte esas partes del cuerpo que no estás acostumbrado a mover. Lo de la “b” supongo también, que es propio de los primeros dueños del pueblo, hace ya muchos años. Creo que a medida que bulle mi cabeza, se ralentiza mi cuerpo. Trato de conseguir no pensar de nuevo en nada para dirigir toda mi energía a esas piernas que parecen de plomo. Por unos instantes logro un sprint y mi mente vuelve a dejar descansar a mi corazón. Definitivamente me cansa más pensar que correr.
Intento armonizar mi respiración. Voy jadeando y necesito una dosis extra de oxígeno. Por fin logro que entre aire hasta mis pulmones. Quiero sonreír. Quiero disfrutar de este último tramo de carrera. Quiero sentir la brisa en mi cara. Quiero saludar, aunque sea con un leve movimiento de cabeza, a los que se cruzan conmigo cada tarde. Quiero dejar de imaginar la vida y vivirla. Quiero mirar a mis hijos y felicitarles por estar donde están, y arrancar, de una vez por todas, esas marcas que no son suyas. Acostumbrarme a sus voces y dejarles que se tropiecen ellos solitos sin lanzarme como una loca a quitarles los obstáculos del camino. Quiero dejarme acariciar los nuevos pliegues de mi piel sintiendo el deseo. Quiero pensar en mi padre cuando me montaba en sus hombros y sonreír, quiero seguir haciendo clientes nuevos y volver a ser la imbatible vendedora de pisos. Mi carrera me ha enseñado que cada día puedo llegar un poco más lejos. Hoy he superado mi propia marca y esa es la única que cuenta.
Exhausta, emprendo el camino de vuelta a casa. Me apoyo sobre mis rodillas un momento para asegurarme que puedo con todo lo que llevo. Poco a poco enderezo mi espalda. Estiro todo mi cuerpo, y miro al cielo antes de salir del “Paseo de los Chopos”. Por alguna razón me parece diferente cuando lo miro desde aquí. Las nubes han cambiado de color. Ya no resultan tan amenazantes. Parece como si el poder del sol se cerniera sobre el azul intenso y su mezcla resulta verdaderamente gloriosa. No hay nada tan hermoso en este instante como fundirme con este cielo mientras dejo que la brisa acaricie mi cara.





2 comentarios:

Chelo dijo...

No sé si como relato es bueno o no, me parece que sí pero no entiendo,lo que si sé es que ma he emocionado leyéndolo. Un abrazo

carmen jiménez dijo...

Querida Chelo: Por aquél año comenzaba a dar mis primeros pasos y lo que menos me importaba entonces era si caminaba en línea recta. Lo único importante era poder dar un paso después de otro y tener a mano siempre, una página en blanco con la que poder hablar. Luego llegaron los amigos como tú para compartir momentos como éste.
Gracias por tu mirada.