viernes, 28 de marzo de 2008

La espera


Nunca pensé que una espera pudiera ser grata. Todas mis esperas son desesperantes e ingratas. Esperas dominadas por algo parecido a la rabia. Primero miro el reloj cada minuto, luego cada cinco, luego cada diez...y cuando se ha cumplido la mitad de la espera, que establezco en media hora siendo capaz de recibir al contrincante, ya casi a estas alturas, con una enorme sonrisa, el pie empieza a tintinear en la acera. La sonrisa de felicidad se va tornando en una sonrisa triste y deja que la rabia se vaya. Toda. Ya no siento rabia. Siento una pena que se va apoderando de mi esperanza y se dibuja en mis labios y en mis ojos que comienzan a cambiar la dirección por donde tenía que aparecer a quien esperaba, y se fijan en el suelo poco a poco. Después, sé que no vendrá. Pero en esa media hora que dura la espera con esperanza, es delicioso imaginar el momento.
Es delicioso imaginarte aparecer doblando la esquina y ver tu rostro desde la sombra que dibuja mi retina miope y descubrir a cada paso, que son tus ojos los que miran, los que se aproximan. Es tu frente, y el nacimiento de tu pelo, y tu color, y tu tez morena como si vinieras de navegar por el mar. Empiezo a ver tu figura definida y me sorprende como si te viera por primera vez. Como si acabara de descubrir que andas despacio y con paso largo y descuidado, pero sabiendo donde pisas. Aunque ahora, creo que la tierra se ha movido a tus pies o tal vez sea que se haya movido en los míos. Descubro de nuevo tus brazos del mismo color que la tez de tu cara. Morena, brillante. Y una enorme sonrisa se dibuja en mi cara. Un brillo especial, ilumina mis ojos. La espera ha merecido la pena.

También puede ocurrir que la espera se convierta en un anochecer y en un seguir esperando. “¿Hasta cuándo?” me digo. Y entonces lo sé. Cinco minutos más. Cumplidos, doy media vuelta y me pregunto si creeré tu próxima excusa. Aún así, la media hora de espera ha sido un sueño en el que me dio tiempo a imaginar a mi antojo.