jueves, 6 de diciembre de 2007

Reflejo luminoso




Clara durmió muy inquieta aquella noche. Su madre la oía revolverse en la cama una y otra vez. Su respiración se hacía cada vez más jadeante y parecía como si en cualquier momento fuera a despertar. Todos sabían que no debían interrumpir los sueños de Clara. Los médicos habían aconsejado que dejaran que aquellos episodios transcurrieran sin molestarla. Para la madre de Clara era muy difícil convertirse en una mera espectadora del sufrimiento de su hija. La veía abriendo y cerrando su boca como si el aire no pudiera entrar en sus pulmones. Estiraba sus brazos en vano, en busca de algo que desde luego no estaba allí. Parecía que sus piernas quisieran echar a correr y sin embargo por mucho que lo deseara, no se movería de su cama.
Sofía, mejor que nadie, sabía que no debía despertarla, porque, tal vez, podría quedar atrapada en su vuelta a la conciencia. Sabía también que además no serviría de nada traerla de vuelta. Fuera lo que fuera lo que Clara estuviera viendo ya no podía evitarse. Aún así lo único que deseaba era poder aliviar cuanto antes el sufrimiento de su hija. Con toda la suavidad de la que sólo una madre es capaz, se sentó en el borde de su cama y posó su mano en la frente de su hija. Casi al instante Clara abrió los ojos. Tenía la mirada perdida y todavía respiraba con dificultad. Todavía tardaría unos minutos en conseguir que su cuerpo reconociera que estaba de vuelta en su cama. Con una gran esfuerzo se incorporó con la ayuda de su madre y estalló en sollozos entre sus brazos
.
- Debes tranquilizarte Clara. ¿Qué ha sido esta vez?

Clara le contó con la voz entrecortada cómo Augusto, el jardinero de su escuela, era tragado por el río. Su coche patinaba sin piedad por una carretera solitaria, y sus luces se apagaban para siempre en el fondo del agua. Ella quería gritar para despertarle, pero no podía. Él no pudo oír su voz y se ahogó en mitad de la noche. Ella quería ayudarle, quería salvarle, pero cada vez que intentaba llamarle por su nombre, todos sus esfuerzos eran en vano. Su voz no salía por su garganta por mucho que ella se empeñaba. Era como si de repente se hubiera quedado muda.

- ¿Viste ayer a Augusto en la escuela? Le preguntó su madre casi temiendo la respuesta.

Clara clavó sus ojos en los de su madre y su madre la abrazó con toda la fuerza que da el sentir un mismo dolor.

- ¿Viste algún reflejo luminoso a su alrededor, Clara?

- ¿Por qué me preguntas eso? Siempre me habías dicho que esos reflejos no tenían nada que ver con mis sueños. ¿No es así?

Sofía se acurrucó en la cama con su hija y pensó que había llegado la hora de descubrirle los dones con los que había nacido y con los que tendría que aprender a vivir el resto de su vida.

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