lunes, 26 de noviembre de 2007

La farola y la luna


Me desperté en mi cuarto. Estaba medio oscuro. Las persianas dejaban pasar apenas unos hilos de luz que se colaban de la farola que hay justo pegando a mi ventana. Cerradas a cal y canto para que el ruido del camión de la basura no me despierte a las tres de la mañana ni se cuelen los mosquitos atraídos por la luz. La puerta también estaba cerrada. Mi compañera de piso no es muy delicada cuando se levanta a hacer sus necesidades en mitad de la noche. La pobre padece incontinencia. Abrí los ojos sólo un poco, como cuando miras por entre los dedos una película de miedo. En realidad no era hora de despertarme. El despertador todavía no había sonado, pero el calor era insoportable. Sudaba por todas partes y aún así la sábana me cubría hasta las cejas. Hubiera querido librarme de ella de una patada, pero sentía un miedo inexplicable. De repente no estaba muy segura de que aquél fuera mi cuarto. Es como si estuviera soñando. Como si me hubiera despertado en el cuarto de otra persona siendo yo esa otra persona. Lo último que recordaba era una habitación con la claridad de la luna llena entrando por un balconcito a medio abrir y unos visillos meciéndose con la brisa del mar. Inspiré hondo. Un olor a mar y aromas de buganvillas, azahar y magnolias llenó mi olfato por completo. Estaba medio desnuda y podía sentir la sábana rozando mi pecho. Quise ir hasta el balcón para mirar la luna y contemplar el mar. Lo hacía cada madrugada. Me envolvía con un chal que me llegaba hasta los pies y me sentaba en el sillón de mimbre que había colocado justo ante el ventanal. Pero el miedo me tenía paralizada. No estaba muy segura si me encontraría con la farola o con la luna. Volví a cerrar los ojos y me sumergí en un mar de olores llenos de sal, buganvillas, azahar y magnolias.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué texto, Carmen! Me gusta mucho ese miedo a enfrentarse con la realidad, a no saber si aquello es un sueño o no, si va a encontrarse con la luna o con algo tan prosaico como una triste farola. No sabe dónde está y prefiere no saber, se acurruca en la cama y sueña... Precioso.

Anónimo dijo...

A VECES EL MIEDO NOS ATENAZA TANTO, QUE NO NOS DEJA VER LA REALIDAD